El Dolmen de Menga se levantó hace más de 5500 años y representa una de las cumbres de la arquitectura adintelada en la Prehistoria de Europa. Su grandiosidad radica en la creación de un espacio interno asombroso y sin parangón en otros casos del Megalitismo europeo, en el que tampoco es común la utilización de pilares internos, otra de las singularidades de Menga.
Se puede considerar a este dolmen como un sepulcro de corredor, en cuya planta se distinguen tres zonas: un atrio, un corredor y una gran cámara funeraria, aunque la diferencia entre los dos últimos espacios está muy poco definida. El conjunto alcanza una longitud de 27,5 m y se cubre con un túmulo (montículo artifical) de 50 m de diámetro.
Su construcción está basada en el empleo de enormes losas verticales (ortostatos) y horizontales (cobijas), entre las que destacan por sus dimensiones la que configura la cabecera del sepulcro y la que cubre la cámara funeraria, cuyo peso ronda las 150 toneladas. El traslado de estas piedras desde una cantera ubicada en su día en las inmediaciones del dolmen tuvo que ser una tarea complicada, de la que el visitante puede hacerse una idea contemplando el audiovisual Menga. Proceso de construcción, que se proyecta en el Centro de Recepción.
En los trabajos realizados en 2005 se descubrió otro aspecto peculiar del dolmen: un profundo y estrecho pozo situado en el último tramo de la cámara funeraria, cuya construcción aún no se ha podido datar.
No obstante, sin despreciar lo mencionado, la relevancia universal de Menga radica en su íntima vinculación con el paisaje, siendo el único dolmen en la Europa continental que se orienta hacia una montaña antropomorfa, La Peña de los Enamorados. Su eje se interseca con esta peña en un lugar conocido como abrigo de Matacabras, que alberga pinturas rupestres de estilo esquemático.