El conocido como dolmen de El Romeral difiere del de Menga y Viera en cuanto al modelo arquitectónico empleado en su construcción. Se trata de un sepulcro de falsa cúpula, comúnmente denominado tholos, en cuya edificación se utilizó la técnica de aproximación de hiladas. Este recurso permitía crear espacios cerrados aproximando hiladas de piedras a medida que iban tomando altura, en círculos concéntricos, hasta clausurar el vano superior con una gran losa. Así fue cómo se alzaron las dos cámaras funerarias con las que cuenta este dolmen.
También, a diferencia de Menga y Viera, en la construcción de El Romeral se emplearon mayoritariamente mampuestos; es decir, lajas de piedra, de mediano y pequeño tamaño, que se unen unas a otras sin utilizar argamasa alguna.
Todo ello convierte a este dolmen en un sepulcro singular, cuya planta nos ofrece un largo corredor que desemboca en una gran cámara funeraria de planta circular, de la que parte un segundo corredor mucho más pequeño, que da acceso a otra cámara de reducidas dimensiones. El conjunto se cubre con el mayor túmulo de los tres sepulcros antequeranos, rodeado por un perímetro de cipreses.
El tholos de El Romeral es uno de los poquísimos ejemplos en la Península Ibérica de orientación a la mitad occidental del cielo. Su eje apunta -he aquí otra peculiaridad- a la mayor elevación rocosa de la sierra de El Torcal, el Camorro de las Siete Mesas. En el mediodía del solsticio de invierno, la luz del sol penetra hasta su segunda cámara sepulcral, fenómeno que se puede contemplar mediante reserva.